Por DeKarlos Blackmon | Columnista
Hace cinco años, conmemoramos el 50 aniversario de la Marcha sobre Washington por el Empleo y la Libertad. Hace cuatro años, conmemoramos el 50 aniversario de la Ley de Derechos Civiles de 1964, que se aprobó en un momento en que el gobierno federal se encontraba luchando contra la prohibición de la constitución de negar igual protección en términos de prohibir el uso de los criterios de raza, etnia o género en un intento de traer justicia social y beneficios sociales. Y ahora, en 2018, conmemoramos el 50 aniversario del asesinato del Dr. Martin Luther King Jr.
En su declaración en el 50 aniversario de la Marcha sobre Washington por el Empleo y la Libertad, los obispos estadounidenses nos recuerdan: “El sueño del Dr. [Martin Luther] King y todos los que marcharon y trabajaron con él aún no se ha convertido en realidad para muchos en nuestro país. Si bien no podemos negar el cambio que ha tenido lugar, queda mucho por lograr”.
El difunto obispo del Verbo Divino Joseph Abel Francis, antiguo pastor de la Holy Cross Parish en Austin, apeló a menudo a la conciencia de la América Católica, pidiendo la conversión en su manera de pensar, hablar y actuar en relación con las personas de color. Hoy el toque de clarín es para la conversión en nuestra forma de pensar y actuar en relación con todo el pueblo de Dios, ya sea rojo, amarillo, marrón, negro, morado, verde, azul o naranja. El deber de ser “buenos vecinos” se nos da correctamente en las Escrituras. Tenemos la obligación moral de ofrecer hospitalidad, incluso a aque-llos que no se parecen a nosotros o que no hablan como nosotros.
En nuestra cultura, la vida humana está bajo asalto repetidamente. Desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, la vida se ve amenazada porque nuestra sociedad ha perdido el verdadero significado de la humanidad, el respeto y la dignidad humana básica. Nunca debemos perder de vista el hecho de que Cristo se hizo carne para que podamos conocer el amor benéfico de Dios (1 Jn 4: 9) y para hacernos “participantes de la naturaleza divina” (2 P 1: 4). En “Evangelium Vitae,” San Juan Pablo II explica que “es un imperativo absoluto respetar, amar y promover la vida de cada hermano y hermana, de acuerdo con los requisitos del amor generoso de Dios en Jesucristo”.
Nuestros obispos nos han retado a “recordar nuestro pasado colectivo como una forma de superar la ignorancia histórica y actuar de acuerdo a una buena política pública”. Como una comunidad que dice ser verdaderamente Católica y que cree que los sacramentos nos llaman a “comprometernos con la conversión de corazones humanos en armonía racial “en un esfuerzo” por transformar la actitud y la acción en nosotros mismos y en los demás, “debemos considerar la humanidad y la dignidad de quienes se esfuerzan bajo la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA). No debemos permitir que la conversación sobre el dar alivio se vea menoscabada por la retórica de la inmigración ilegal.
El Papa Francisco apunta la atención no solo a la caridad y la misericordia, sino también a nuestra responsabilidad de abordar la desigualdad social recordándonos que “el verdadero poder, en cualquier nivel, es el servicio, que tiene su cumbre luminosa en la cruz”. Como David e Isaías, a pesar de sus faltas, fueron elegidos “para la gran evangelización,” así también somos elegidos para la gran evangelización. Esforcémonos por trabajar hacia la paz, el amor, la alegría y la felicidad en nuestras comunidades durante este tiempo de Pascua.
DeKarlos Blackmon es el director de la Oficina de Vida, Caridad y Justicia para la Diócesis de Austin. Se puede comunicar con él llamando al (512) 949-2471 o ecribiéndole a dekarlos-blackmon@austindiocese.org.