El 15 de agosto, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María. En esta solemnidad profesamos el dogma de que María, libre del pecado original y sin pecado durante toda su vida terrenal, fue llevada al cielo en cuerpo y alma. En su estado perpetuo de gracia y perfección, la muerte no tuvo ningún poder sobre ella, ya que su lugar legítimo es y ha sido siempre el estar totalmente en unión con Dios Padre y su hijo, Jesús.
En el relato evangélico de San Lucas, escuchamos la oración de María, el Magnificat: "Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador....". María, más perfectamente que ninguna otra persona, refleja la alegría que hoy somos invitados a compartir. Ella es la primera discípula que vio el rostro de Dios. María acompañó a Jesús, la segunda persona de la Trinidad, en su ministerio en la tierra. Además, María permaneció fiel mientras Jesús sufría en la cruz y él nos dio a María para que fuera nuestra madre que vigila, guía y protege a nosotros, sus hijos. Como miembros del Cuerpo de Cristo que forma la Iglesia, al igual que María, se nos promete una participación plena en la victoria del Señor Resucitado sobre la muerte. El Papa Francisco dijo que la Asunción brilla " con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo."
Aunque la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María es típicamente un día de precepto, este año, por caer en lunes, estamos dispensados de la obligación a Misa. Sin embargo, la Misa de ese día sí será una solemnidad y animo a cada uno de nosotros a ir a la Misa si es posible, y a pasar un tiempo con nuestra Santísima Madre reflexionando sobre su papel en traernos la salvación – ya que fue a través de María que "la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". (Juan 1:14)
Nuestra Señora de la Asunción, ¡ruega por nosotros!