Los jóvenes católicos son el presente y el futuro de la Iglesia. Son un signo de que el Cuerpo Místico de Cristo está vivo y lo seguirá estando para las generaciones venideras. Mientras nuestros niños y jóvenes regresan a la escuela, nos detenemos a reflexionar sobre las tragedias que han destrozado las esperanzas de las familias en Uvalde, Texas, y en tantas otras partes de nuestra nación. Pido que, juntos, sigamos rezando por estas comunidades cuyos corazones están destrozados por pérdidas que permanecerán con ellos para siempre. Guardemos el recuerdo de estos jóvenes estudiantes que han perdido sus vidas.
Desde el primer día de kínder hasta la mudanza a los dormitorios universitarios, el curso de la educación permite a los jóvenes seguir aprendiendo sobre sí mismos, su relación con nuestro Señor y su importante papel en la sociedad. Es un curso en el que trabajamos para que nuestros jóvenes conozcan y vivan el amor de Cristo durante este tiempo de formación humana e intelectual.
Nuestro llamado es el acompañarlos, modelando nuestra propia relación con Cristo; viviendo nuestro llamado bautismal a ver el mundo a través del Evangelio de Vida. Debemos siempre afirmarles que su papel es integral en nuestra familia católica, especialmente en esta Iglesia local.
También debemos aprender de nuestros jóvenes al ver el mundo a través de sus ojos y experimentando nuestra fe con su entusiasmo. Su fervor en la Adoración Eucarística nos inspira. Aunque están enfocados en la tecnología y las redes sociales, anhelan momentos de alivio pasando tiempo con nuestro Señor en silencio y oración. Mientras continuamos nuestro camino a través del Avivamiento Eucarístico, sigamos agradecidos por el don que son los jóvenes para la Iglesia.