En el Evangelio de San Lucas de esta semana, el escenario es el Domingo de Resurrección, cuando Cristo Resucitado se encuentra con dos de sus discípulos en el camino de Emaús. En la Escritura, Jesús se acerca a ellos e inicia una conversación, pero “los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron”.
El cuerpo de Jesús fue radicalmente cambiado y transformado por la Resurrección. Sólo cuando Jesús decide revelarse, los discípulos son capaces de reconocerlo. Estos discípulos posiblemente estuvieron presentes en la crucifixión y vieron morir a Jesús en la cruz. Su esperanza estaba destruida, y por eso salían de Jerusalén llenos de decepción y tristeza. Es en este preciso momento cuando Cristo comienza a caminar con ellos.
La Iglesia siempre ha entendido que este encuentro con los discípulos de Emaús es un momento Eucarístico. Al igual que estos discípulos, en la Misa, Cristo se nos revela en la Escritura. Más tarde, mientras Jesús está sentado a la mesa, “tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Con eso se les abrieron los ojos y lo reconocieron...”. No sólo eso, “Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén... ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido a [Cristo resucitado] al partir el pan”.
Cuando nos acercamos a la Eucaristía, podemos estar experimentando nuestra propia decepción, desilusión y tristeza. Puede que oigamos un pasaje en particular de la Escritura o las palabras de una homilía que parecen estar dirigidas a nosotros y a nuestra situación. Es durante la Eucaristía cuando Cristo nos habla a través de su santa palabra. Pero es al partir el pan cuando Cristo se ofrece a nosotros y transforma nuestra decepción, desilusión y tristeza en un encuentro con Él. No sólo eso, Jesús se entrega a nosotros. Él está realmente presente en la Eucaristía – cuerpo, sangre, alma y divinidad. El mismo Cristo Resucitado que salió al encuentro de los dos discípulos de Emaús sale a nuestro encuentro en cada Misa. Su presencia continua en nuestras vidas es un signo de su profunda misericordia y amor. ¿Llevamos este mensaje de la Resurrección a nuestros hermanos y hermanas que pueden estar experimentando su propia decepción, desilusión y tristeza?
Que en este tiempo de Pascua se nos abran los ojos y los oídos para tener un encuentro con el Señor Resucitado.